¡Oh, mi buena nodriza Fátima! No
preguntes el motivo de mis suspiros pues sería arduo de explicar sin sentir la
maldición de mi padre recayendo sobre mí, o peor aún, que Alá me condene por
pecado no cometido más que en mi propio deseo. Enjuga las lágrimas que brotan
de mi alma acongojada, arrúllame como cuando niña, envuélveme en tus brazos y
siente el calor que emana de mi piel ¿Escuchas mi corazón latiendo en
vertiginosa trotada?
No, no me preguntes, sólo cántame una
nana hasta que mis ojos se cierren y mi espíritu deambule en el universo de
Morfeo; haz que retorne a mi infancia no tan lejana cuando pura mi alma,
correteaba por los jardines del Palacio bajo tu atenta mirada.
Lo sé, lo sé, Fátima. Nada debería
ocultarte a ti, dama que ocupaste el lugar de mi madre, la reina Zoraida, tan
bella y tan joven cuando al paraíso partió dejándome huérfana y desamparada,
privada del alimento que sus senos elaboraban para mi sustento y que con ella
se fue
No estoy reprochándote nada, bien sé que
me deleité con el jugo de tus senos que con amor me ofrecías y que mi pequeña mi boca, succionaba hambrienta. Sí,
no soy ingrata para olvidar que tú me
criaste despojando a tu hijo, el palafrenero Jalil, de aquello que le
correspondía. Abundancia había en tus pechos maternos, suficiente para
alimentarnos a los dos pero no, no lo permitió mi padre, el Califa. No
consintió que los labios de una princesa se impurificaran sorbiendo allí, donde
también lo haría un vasallo.
Me siento enferma, empero no es calentura
lo que tengo, si bien es cierto que ardo y roja estoy, mas no es dolencia de
cuerpo, Fátima, es calor de pasión. Haré lo que tú digas, no estoy en
condiciones de decidir, no hoy, sólo obedecer tus cometidos. Llena la tina con
agua perfumada de pétalos de rosas, friégame la espalda, las piernas, los
brazos, quita el ardor que mis carnes ya no toleran, hazlo aun sabiendo
que no conseguirás arrancarlo de mi alma
puesto que de ella mana este fuego producto del amor.
¡Ay, Fátima, cómo podría revelarte su nombre! Me preguntas quién es y no puedo
decírtelo sin que te domine el desasosiego ya que te convertirías en mi
encubridora y si mi padre se enterara, toda su cólera caería sobre ti, nos
apartaría, te arrojaría del Palacio, a ti y a mi venerado Jalil.
¡Por Ala, no fue mi propósito
manifestarlo! Obstruye tus oídos ya que no logré sellar mis labios. Olvida lo
dicho, no llores mi inerme nodriza, me apesadumbran tus lágrimas, me entristece
tu sufrimiento, origen de mi desahogo.
Dices que no es amor ¿Piensas que es sólo
desvarío? Sé que no lo es, Fátima.
Entiende, he despertado al amor. Segura lo estoy puesto que mis mejillas se
ruborizan cuando su mirada intuye la mía, puedo percibirlo aunque incline la
cabeza en sumisa reverencia cuando al cobertizo me allego para montar el blanco
rocín que con tanto celo atiende ¡Cuán bello es mi Jalil! Se estremece mi ser
ante su sudada piel canela que entreveo
debajo de su camisa blanca dejando de manifiesto sus formas varoniles,
musculatura que enardece mi naturaleza. Aunque el recelo te impele a negarlo,
no ignoras mi emoción ¿No probaste, tú, las mieles del dulce goce de la unión
de dos cuerpos enlazados? Él jamás ha tocado ni un mechón de mis cabellos, no
te inquietes, es mancebo juicioso. Me venera, mi cariño es correspondido,
empero, es secreto atesorado.
¿Qué cómo puedo estar fehacientemente
convencida si ni palabra hemos cruzado? Son sus manos temblorosas, cuando ubica
la montura, la señal que prueba que él,
del mismo modo, me pretende.
¡Ya no hables de compostura ni de castas
sociales, no son vocablos que el amor reconozca! No me llames desvergonzada pues nada he hecho
para merecerlo. Conservo ileso mi himen, la castidad incorrupta y con ella he
de morir si el Califa Zulficar me obliga a contraer nupcias con Al-Zugabi,
heredero del rey Muley Hacén, infante necio y estúpido. Que se postre mi padre
ante la dinastía Nazarí pues no he de ser yo quien lo haga ¡Prefiero
carbonizarme en el infierno antes que menoscabarme en sus brazos!
¡No me hagas callar, Fátima! No olvides
tu condición de sirvienta ya que tanto alardeas sobre linajes y esas sandeces.
¡Basta, ya no quiero escucharte! Óyeme
tú: Nadie ni nada impedirá que grite que lo adoro ni que el viento lleve mi
lamento hasta su lecho de heno para transportarlo hasta mí. Haz lo que te
plazca, guarda el secreto o díselo al Califa, ya nada me interesa… Empero,
antes presta atención pues de tu disposición pende el destino de tu vástago:
voy a ser suya, nadie podrá disuadirme, mi corazón lo dice, el día se aproxima.
No cierres los doseles. ¡Quita tus manos de mis
brazos! Ten piedad de mi… déjame gritar o sucumbiré de agitación.
¡AMO A JALIL, EL
CABALLERIZOOOOOOOOOOOOOOO MORENOOOOOOO!
Me resulta muy bien, y emocionalmente, narrado, amiga. De mucho gusto.
ResponderEliminarBesos.
Pd.- Siempre rebelde, qué bien.
Jajaja el zorro pierde los pelos pero no las mañas, dicen, y bueno, parece que seré una anciana rebelde jajaja Gracias, Pichy, siempre atento a mis publicaciones. Gracias, besos!!!!
ResponderEliminarMe encanto, escribes super hermoso, con palabras muy poéticas y profundas.
ResponderEliminarTe invito a pasar por mi blog: librospuenteaotrosmundos.blogspot.com
Un saludo.
Muchas gracias, Cynthia, soy una escritora que maneja diferentes temáticas. Este es un relato de la historia "ROMANCE DE BENAZIR Y JALIL" ambientada en el Califato de Córdoba y debí ser cuidadosa con el lenguaje utilizado, para lo cual me he documentado. Será un placer pasar por tu sitio y unirme a tus seguidores. Besos!!!!
Eliminar