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viernes, 7 de noviembre de 2014

LA LUZ DE MI HOGUERA


En estos extraños círculos donde impera la deslealtad de luminiscencias, refugiadas tras tupidos celajes, cohabitan los individuos no dérmicos…no son perniciosos, tampoco beneficiosos, simplemente son y están, aunque te niegues a verlos, ellos están.
Cierto es que no hacen daño, más yo digo que su imposibilidad de sentir, peculiaridad  primordial que los define, los torna incompetentes en tiempos de misericordia… Es el tiempo del ángelus anunciando el ocaso del  tránsito sideral que acrecienta el frío de tu cuerpo…no tanto como el de tu alma…aunque frío es frío, extrínseco a tu esencia o resulte de tu interior. En aquel tiempo vas escrudiñando la mirada de los entes que solapadamente marchan tú mismo sendero, buscas en ellos esos brazos que te abriguen pero no pueden, no pueden…
Deberás confiar en mí, no tienes opciones sino quieres ser un eterno errante embriagado de escarcha…
Préstame mucha atención pues soy quien atestigua la existencia de dérmicos que exhalan hálitos candentes, precisamente lo que requiere tu cuerpo…no tanto como tu alma.
En el color de las pupilas está el secreto, la identidad oculta.

-¿Por qué la ocultan si son de noble condición?

-Porque las dosis son exiguas y se debe cuidarlas, no está permitido el derroche. El calor es finito, meramente conservado para quienes no fueron nutridos por la sustancia materna. Ellas, las madres no dérmicas han exprimido sus senos y arrojado los nutrientes a las aguas del olvido.

- ¿Cómo distinguir el color si la cerrazón es profusa?


-El brillo dorado que irradian los dérmicos te cegará un instante y en ese mismo instante el aurífero rojo circundará tu cuerpo aislándolo del rocío perenne que muere en los azules del cielo. Duérmete, cierra los ojos, acurrúcate en mi pecho…Soy una de ellos, soy una dérmica.