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lunes, 13 de octubre de 2014

EXTRAVIADA EN LA DEMENCIA


El camino se estrecha de un modo apabullante; la flora es cada vez más tupida, no puedo ver nada, voy tanteando, no dejo de tropezar y con cada traspié dejo rastros de sangre, trozos de piel. Los insectos se ensañan con mi cara, la palpo y no encuentro mi fisonomía; ellos, hambrientos, feroces y salvajes, van engullendo cada porción de mi rostro.
Siento el pecho oprimido, no puedo respirar ¿Cómo es posible? No es por falta de oxígeno; son las narinas selladas por espeluznantes hormigas carnívoras ¡Dios mío! Ahora atacan mi garganta, ingresan por la boca, aprieto los labios pero igual entran y se dirigen directamente hacia mis cuerdas vocales. Pretendo gritar, pedir ayuda pero no sale ni un pequeño gruñido, la acústica es ausencia que impide. Los párpados están abultados y aunque no consigo ver, sé que nadie podría auxiliarme ya que estoy sola en este paraje donde, intuyo, voy a morir. Soy presa del pánico…Hago un último intento y finalmente me rindo, me entrego…ya no hay nada por hacer, nada por perder, todo se extravió junto a mi cordura.
Aspiro pero el aire no entra. Se colapsaron los pulmones; la angustia se apoderó de mí, circulando por mis venas en loca carrera, pero no hay retorno venoso, entonces tampoco hay retorno para mí. Los párpados se pliegan; las piernas no responden. Me apoyo en las raíces de un árbol enorme y allí pierdo el conocimiento.
¿Quién me trajo hasta aquí, cómo llegué a esta gruta? He recuperado mis sentidos pero no la razón. Grito y mi rugido se expande más allá de esta rocosa caverna donde impera la oscuridad. No más árboles, no más insectos, sólo una aterradora neblina y sonidos de serpientes reptando a mí alrededor. Huyo espantada pero logro detenerme a tiempo. El horizonte es un precipicio ¿Quién me trajo hasta aquí, cómo llegué al abismo? Cuántos enigmas sin respuestas… De todos modos no tiene importancia, tengo que salir de este lugar como sea.
-No hay nada que perder, ya está todo  perdido.
Aparto los brazos y evito mirar para que la cobardía no me disuada de saltar, aun sabiendo que la última etapa es la muerte, pues se acabó la vida ¿Tuve una vida antes? No lo recuerdo; es posible que haya nacido en este preciso instante en que me dispongo a desertar, a lanzarme y lo hago con la firme convicción de que es la única salida.
-¡Ahora!
¡OH, estoy planeando! Esperaba una vertiginosa caída, despedazarme contra los canteros, pero no, floto con la gracia de un cóndor más lo hago sobre aguas cristalinas, puedo ver peces de colores y la arena blanca y el sol deslumbrando. Voy a descender allí, en esa playa paradisíaca. No obstante, el viento revierte tornándose impetuoso.
Me atrae un torbellino pujante; vuelvo a perder el control, no responden mis manos, pruebo agitarlas en busca de un aleteo pero están estáticas, mis brazos están estáticos, perdí las manos, muñones hay en su lugar. Las piernas, si pudiera sentirlas lograría caer de cuclillas, pero tampoco las siento, mi cuerpo es inconsistente. Mi cuerpo es volátil, un monstruo etéreo pretendiendo perpetuarse en el  horror que me incita a ser parte del mundo de las almas perdidas.
A pocos metros del mar,  suspendida en el aire, puedo distinguir con nitidez el embudo presto a devorarme. Voy directo hacia él aunque mi voluntad no lo quiera, pero ya no soy dueña de mi voluntad ¿De dónde proviene esta fuerza invisible que juega conmigo como una hoja que del árbol se desgaja para sucumbir en un destino lejano a la rama que la amparaba?
Me sumerjo con la violencia de la piedra arrojada al río, pero una vez en las profundidades mis movimientos son ondulantes, serenos, veloces como un tiburón que huele sangre humana y va en busca de su botín.
Súbitamente me hallo en un túnel submarino, no hay agua, sólo escasas infiltraciones que se evaporan con el calor.  Distingo una luz, hacia ella voy.
-No hay nada que perder, ya está todo perdido.
A medida que voy acercándome al límite, diviso una silueta, alta, corpulenta. No le temo, vibraciones de amor me atraen hacia él…voy…sus brazos se extienden incitándome a unirme a su abrazo. Me envuelve contra su pecho; no es incorpóreo, no es inmaterial, sus músculos son fuertes. Permanecemos extasiados, suspendidos en un apretón que se eterniza. Sus manos toman mi cara; no quiero, me niego, mi rostro de monstruo lo forjaría a fugarse y es el único ser que puede ayudarme. No quiero que se vaya, no debo perderlo, es todo lo que poseo.
Sus manos son más enérgicas que mi obstinación. Lo miro estremecida esperando ver aprensión en sus ojos y sin embargo…
-¡Qué hermosa! Juraría que eres un ángel pero no lo eres, eres la mujer que por siglos esperé apostado en este espacio. Toma mi mano, sígueme, voy a llevarte al Edén Azul…