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martes, 3 de junio de 2014

VIAJA CON EL VIENTO, PLEGARIA MÍA



De este lado de la pradera, justo aquí, exactamente en el área en que me hallo, caen bolas de fuego que colapsan las entrañas y laceran la cordura. El aire no es aliado que acalle la agonía. El oxígeno, que resulta insuficiente para dilatar mis pulmones, se alía con el fuego potenciando su dominio; es entonces que la fiebre aumenta, y la piel blanca se atrinchera en busca del color canela. La garganta se reseca, pero quiero aullar, quiero y necesito gritar:

-¡AYÚDAME, SEÑOR! ¿No comprendes que ya no soporto esta sequedad? Dame de beber ¡OH, DIOS! ¡QUE LA LLUVIA APLAQUE ESTA SED!

Allende la pradera, vislumbro los cerros que ocultan mi sagrado tesoro, que para ellos son escombros, y para mí, el recinto donde mis huesos han de reposar.
Allí ha de llover, siempre llueve en los cerros. Lluvia que refresca, lluvia que complace, lluvia que mitiga los ardores. El sol se asoma pocas veces, más no es abrazador, el sol es amigo y cómplice; concede el brío que requiere mi esencia mutilada.
Lágrimas, cual trozos de cristales que desgarran las retinas, brotan de mis ojos sedientos para hidratar esta capa fina que cubre mis pómulos esculpidos con cincel de bronce.
Los cerros… los cerros… allí no habrá espejos que encandilen la razón.
¿Pero cómo haré para atravesar la pradera sin profanar el césped, sin remover los pétalos de las flores que, presuntuosas, se enarbolan destilando aromas, obsequiando colores? ¿Cómo traspasarlo sin que lloren los pimpollos, retoños de otoño que buscan primaveras? ¿Cómo haré si no tengo alas que me trasladen a los cerros donde el aire es puro y la brisa tibia?
Si fuera un gigante, si mis piernas fueran largas como río de aguas calientes que arrastra en su cauce contaminación impregnada de sangre, sangre que aun emana de la joven montaña y también de la vieja.
Años que son siglos, siglos de quinientos años que evocan la aniquilación de la savia del longevo árbol que escapó de sus raíces…
Si mis  piernas fuesen sólidas como piedras talladas que se ensamblan proporcionando vida a la pira que devora vidas para alimentar a imaginarios titanes, pira en que inmolar es delirio de ídolos que prometen.
Si tus manos fueran elásticas, si pudieran extenderse y llegar hasta mí, saltaría el abismo, las cordilleras, las aguas tormentosas, inclusive la pradera, sin pisar retoños, sin pisar el césped, sin pisar las flores.
Si tus manos alcanzaran las mías… Pero no se puede, tú no puedes, yo no debo…
Apenas cinco hálitos me quedan. En cinco segundos, que es casi un lustro, todo habrá acabado.
Debo intentarlo, nada pierdo. Si ya nada queda de este lado de la pradera. Aridez, fatiga, ausencia de oxígeno, hastío. Sólo eso, y no es bastante.
Déjame inhalar las postreras moléculas, permíteme expandir los lóbulos, reservorios de existencia. Aguarda que tome valor y pegue el gran salto.
Aguarda, aguarda, tal vez, me broten alas y consiga elevarme más allá de este plano. Saltar el barranco o sucumbir en la tentativa.

De todos modos, ya estoy muerta. Creo…