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domingo, 29 de junio de 2014

LA DIGNIDAD NO SE NEGOCIA



Yo me someto, patrón,
Usted me quitó las tierras.
No se impaciente, mi amo,
Me ocuparé de los quehaceres.

 Pero no olvide, señor,
Tengo sangre Mocoví
Y aunque mi color lo insulte
Conservo intacta mi esencia.
 
No se pisotea al desterrado
Aunque incline la cabeza.
Somos  como semillas
Que germinan en tierra fértil
Pero si el suelo no es apto
No se obtienen buenos frutos.
 
Y así como esas semillas
Vamos los desterrados
Buscando un espacio propio,
Difundiendo en sus dominios
Cómo plantó su bandera.
 
Es cierto, el suelo ya no nos pertenece
Pero aún atesoramos las hembras,
Como su hacienda, valiosas.
Ellas continuarán pariendo
Cuando las luces mueran,
Cuando el ocaso y el silencio
Las resguarden en nuestros brazos.
 
Y en el ardor de esas sombras,
Dando rienda suelta a la naturaleza,
Germinaremos en sus entrañas,
El fruto de nuestro pueblo.
 
Mocoví, raza de aborígenes
Orgullosos de su sangre,
Indígenas que no se rentan,
Que conservan su nobleza
Por más que los repudie un gringo.
 
No responda por su casta,
Sus simientes tienen el rostro
De aquellos  colonizadores
Que no les importó masacrarnos
Para quedarse con el botín,
De la riqueza de las Américas.
 
Pero le advierto, patrón
No haga abuso de su poder,
Si pretende imponerme su cultura
Y burlarse de la mía,
Conocerá el salvajismo
Que templé con su autocracia.
 
Quédese usted con sus dioses,
Yo sólo venero los míos.
Conserve las posesiones
Regadas con sangre indígena.
Será para usted el capital,
Disfrútelo sin cuidado.
 
Yo me reservo el arrojo,
La dignidad que usted no conoce
Y que almaceno con valor
Para liberar a mí pueblo

De su oprimida condición.

sábado, 14 de junio de 2014

EL LABERINTO DE MIS SUEÑOS


Me desperté confundida,
Obnubilada, angustiada…
Mensaje confuso, casi inaudible,
Apenas musitado, susurrado.

Voz tenue mascullando incongruencias…
Que la magia no es una farsa,
Irrisorias las gotas de tormento
Si no se estrecha la visión.
 
 Que desistir es de cobardes,
Que valiente es aquel que retrocede
Para limpiar el camino
Que con lágrimas ha encharcado.
 
Se derrumbaron las paredes
De la tenebrosa celda
Que fue mi penosa morada,
La única, la postrera.
 
 Removí piedras y  miedo,
Me arriesgué a cruzar la frontera,
La misma que yo forjé
Defendiéndome del afuera.
 
Selvas tupidas, picos nevados,
Cielos grises, pocas veces refulgentes.
Marejadas, manantiales,
Aguas bravas, corrientes mansas.
 
Como Alicia, me extravié.
Perdí el rumbo más no la razón.
Mantuve los pasos firmes,
La mirada más allá del horizonte.
 
No recuerdo si lo vi o lo imaginé,
Tan majestuoso su porte,
Y esa mirada penetrante
Incitándome a adorarlo.
 
¿Cómo podría no hacerlo?
Hombre de franca sonrisa,
Soñador loco, con alas,
Amo de mis andanzas.
 
Llegué hasta él y no paro.
Ya no puedo detenerme,
Un futuro por delante,
Un presente por vivir.
 Si hoy la vida me sonríe
No es por piedad, es por mí.
Es por él, amor y pasión,
Es un obsequio de Dios.


martes, 10 de junio de 2014

CONTRASTES


No pudo abrir los ojos de inmediato cuando salió, tal era la intensidad de la luz. Los mantuvo cerrados unos segundos mientras intentaba recordar cuánto tiempo hacía que no salía; llevaba encerrado meses, o tal vez años. No le importaba demasiado. No había sido tan malo como pensaba. Salvo por la luz. Era cuestión de un minuto o dos para que sus retinas se adaptaran a la recepción de imágenes.
Ya no era negro el color predominante. Podía percibir la violencia del rojo; cuando se tornara amarillo los podría abrir. Fue despegando la pestañas viscosas y  enredadas entre sí; le costó un gran esfuerzo separar los párpados que los apreciaba aplastados por bloques de plomo; no le resultó una tarea sencilla pero lo logró. Ahora sí podía comenzar a recorrer el lugar.
Iba a salir en busca de una flor, precisaba, imperiosamente, ver sus colores, percibir su aroma.
Sus compañeros de destino se reían, se mofaban de él.
-¡Miren, el caballero se volvió sensible como una señorita!
Las carcajadas sonaban tétricas.
-A lo mejor se enamoró de la vecina y quiere conquistarla.
-¿Cuál? ¿La damita recién llegada?
-No seas testarudo, hombre, que es muy joven.
Más risas, grotescas, asediadoras, necias.
-No me importa la opinión de ustedes, pueden pensar lo que quieran, yo necesito una flor y la voy a conseguir- Había consternación y ansiedad en su voz cascada por el tiempo de recogimiento y cerrazón.
Las risotadas se fueron aquietando. El silencio se tornó despótico cuando se infiltró el primer rayo de sol. Los que se reían, callaron, y los que guardaban silencio, lloraron. Muy pocos permanecieron impasibles; eran los que todavía no se reconocían en su efectiva realidad, aquellos que estaban indignados con la vida, los que se sentían abandonados.
-Ya se les va a pasar, ya van a acostumbrarse, es un devenir del que nadie puede escapar- trataban de explicarles los más vetustos, los resignados y los complacidos.
-No es mejor afuera. Acá, al menos, somos todos iguales.
-Y sí; una justa realidad donde no hay lugar para privilegios- apoyaban los resentidos.
Él pertenecía a la casta de los veteranos, habituado al contexto, pero ese día ambicionaba una flor y la iba a obtener.
Fluía con delicadeza, miraba sorprendido. La ciudad estaba como siempre. Nada había cambiado, un poco más poblada, tal vez, pero su arquitectura se conservaba incólume, aunque ya no era tan concurrida.
Se advertían grupos, eran pequeños, a lo sumo cuatro o cinco personas en cada uno. Antes era diferente. Cuando él llegó, eran cuantiosos, compuestos por decenas ¡Ahora se veía tan desolado!
-Sin duda que se está desguarnecido aquí afuera- dijo en voz alta y advirtió, instantáneamente, que la señora sentada en un banco desvencijado y gris como los días nublados, ni siquiera se inmutó ante su aspecto que él presuponía devastador.
-Debe estar muy metida en su sufrimiento- conjeturó y continuó avanzando tras su objetivo sin volver la vista.
Se perpetuó transitando las arterias de su metrópoli en busca de una flor, su flor.
Llegó al tramo aristocrático poblado de moradas majestuosas y esculturas señoriales.
-¡Cuánta ostentación, qué raro contraste la vida!- volvió a manifestarse en voz alta pero la parejita que pasó a su lado, abrazada, no se conmovió. Tampoco allí halló una flor.
-¿Será por qué no se cotizan en la bolsa? Rió sarcástico, festejando su sentido del humor que, pese a los sucesos, no había perdido.
Se dirigió con entusiasmo al sector más pobre de la ciudad; allí siempre había flores. La gente humilde solía ennoblecer las insignificancias que, por un puñado de monedas, volvían la vida más digerible. Se sorprendió de no ver ninguna.
-¿Es posible? ¿Cuánto cuesta un ramo de claveles?
Comenzaba a preocuparse.
-Algo perverso está sucediendo, algo pasó, algo muy extraño- repetía en una letanía que acrecentaba su inquietud minuto a minuto.
Sin embargo, no renunciaba. Si antes quería una para él, ahora pretendía llenar de flores su ciudad desatendida, deslucida y fría, aunque el sol calentara las veredas solitarias.
Ni los necesitados, ni los ricos, ni los marginales, ninguno tenía flores.
-Puedo vislumbrar que algo infrecuente acaeció en el universo- su voz sonó intencionadamente dramática cuando traspasó a los ancianos que marchaban lánguida y espaciosamente, como si el aire del ambiente les impidiera llenar los pulmones de oxígeno. Iban asidos del brazo, ella sollozaba y él le acariciaba los cabellos blancos, pero ninguno de los dos pareció atenderlo.
-Fuimos dejados de lado, espectros silentes e impalpables, testigos anónimos de un mundo habitado por almas empobrecidas, abstraídas en su propio aislamiento, extrañas al padecimiento de sus semejantes. Mejor así.
Abatido de tanto examinar y no descubrir el tesoro que buscaba, tomó la decisión de violar las reglas, de ir más allá de los límites permitidos.
Atravesó el portón y anduvo por horas encontrando y recogiendo, una a una, cada flor. Villa Devoto, Palermo, Plaza Francia, el Parque Japonés, San Telmo, Retiro, cada plaza, cada casa, fue despojada de sus colores y fragancias, quedando Buenos Aires convertida en una ciudad mustia, fría y desolada, aún cuando el sol calentara las calles. Toda la noche le llevó la labor. Al amanecer regresó a su ciudad y plantó una por una cada flor.
El sector pobre, el rico, el marginal, el de los que nunca nadie quiso, ninguno se quedó sin sus ramilletes de flores. Antes de que el sol asomara, retornó a su lugar.
La ciudad de los muertos estaba colorida, el aire impregnado de olor a magnolias, rosas, claveles, margaritas, violetas y jazmines, mientras el mundo de los vivos se preguntaba ¿Quién le robó las flores a Buenos Aires?
 

martes, 3 de junio de 2014

VIAJA CON EL VIENTO, PLEGARIA MÍA



De este lado de la pradera, justo aquí, exactamente en el área en que me hallo, caen bolas de fuego que colapsan las entrañas y laceran la cordura. El aire no es aliado que acalle la agonía. El oxígeno, que resulta insuficiente para dilatar mis pulmones, se alía con el fuego potenciando su dominio; es entonces que la fiebre aumenta, y la piel blanca se atrinchera en busca del color canela. La garganta se reseca, pero quiero aullar, quiero y necesito gritar:

-¡AYÚDAME, SEÑOR! ¿No comprendes que ya no soporto esta sequedad? Dame de beber ¡OH, DIOS! ¡QUE LA LLUVIA APLAQUE ESTA SED!

Allende la pradera, vislumbro los cerros que ocultan mi sagrado tesoro, que para ellos son escombros, y para mí, el recinto donde mis huesos han de reposar.
Allí ha de llover, siempre llueve en los cerros. Lluvia que refresca, lluvia que complace, lluvia que mitiga los ardores. El sol se asoma pocas veces, más no es abrazador, el sol es amigo y cómplice; concede el brío que requiere mi esencia mutilada.
Lágrimas, cual trozos de cristales que desgarran las retinas, brotan de mis ojos sedientos para hidratar esta capa fina que cubre mis pómulos esculpidos con cincel de bronce.
Los cerros… los cerros… allí no habrá espejos que encandilen la razón.
¿Pero cómo haré para atravesar la pradera sin profanar el césped, sin remover los pétalos de las flores que, presuntuosas, se enarbolan destilando aromas, obsequiando colores? ¿Cómo traspasarlo sin que lloren los pimpollos, retoños de otoño que buscan primaveras? ¿Cómo haré si no tengo alas que me trasladen a los cerros donde el aire es puro y la brisa tibia?
Si fuera un gigante, si mis piernas fueran largas como río de aguas calientes que arrastra en su cauce contaminación impregnada de sangre, sangre que aun emana de la joven montaña y también de la vieja.
Años que son siglos, siglos de quinientos años que evocan la aniquilación de la savia del longevo árbol que escapó de sus raíces…
Si mis  piernas fuesen sólidas como piedras talladas que se ensamblan proporcionando vida a la pira que devora vidas para alimentar a imaginarios titanes, pira en que inmolar es delirio de ídolos que prometen.
Si tus manos fueran elásticas, si pudieran extenderse y llegar hasta mí, saltaría el abismo, las cordilleras, las aguas tormentosas, inclusive la pradera, sin pisar retoños, sin pisar el césped, sin pisar las flores.
Si tus manos alcanzaran las mías… Pero no se puede, tú no puedes, yo no debo…
Apenas cinco hálitos me quedan. En cinco segundos, que es casi un lustro, todo habrá acabado.
Debo intentarlo, nada pierdo. Si ya nada queda de este lado de la pradera. Aridez, fatiga, ausencia de oxígeno, hastío. Sólo eso, y no es bastante.
Déjame inhalar las postreras moléculas, permíteme expandir los lóbulos, reservorios de existencia. Aguarda que tome valor y pegue el gran salto.
Aguarda, aguarda, tal vez, me broten alas y consiga elevarme más allá de este plano. Saltar el barranco o sucumbir en la tentativa.

De todos modos, ya estoy muerta. Creo…