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jueves, 24 de mayo de 2012

ADÁN Y EVA INTERGALÁCTICOS

 Tres meses navegando por el Océano Pacífico, tocando puerto por escasas cuarenta y ocho horas sino menos, cada quince o veinte días, no resultaban suficiente para que el joven Damián apreciara las caricias de la brisa marina rozando su rostro curtido por el sol en esas pocas horas que disponía de tiempo libre para asomarse a la balaustrada, absorto en la contemplación de las olas, buscando considerarlas aliadas y no contrincantes empeñadas en que su estómago lanzara el almuerzo como ofrenda a Neptuno. Aunque no era el destino final los peces se aglomeraban tomando posesión de los desechos. Damián retornaba a la cocina, su puesto de trabajo- ayudante de cocinero- en busca de un trago fuerte que anulara el sabor agrio, resabio del vómito. El viejo de ojos entrecerrados,  piel cobriza y surcada por decenas de arrugas que lo hacían parecer mayor de lo que era, ni bien lo veía entrar con su color entre gris y verdoso, sabía que el “novato” andaba necesitando un vaso de aguardiente. Fuera de ese nimio acto, Nelson, el cocinero, no era afecto a los diálogos; lo poco que sabía Damián sobre él, era lo que escuchaba entre cuchicheos. Bien visto por los oficiales, catadores de los mejores manjares, malmirado por la tripulación constituida por suboficiales o como en el caso de su ayudante, hombres que se embarcaban buscando aventuras, buen dinero y una vida solitaria.
 Su separación con Camila, noviazgo de año y medio que ella había dado por finalizado sin mediar explicación alguna, lo llevó a embarcarse. Semana tras semana, persistente y confundido por tan abrupta desaparición, no dejaba de realizar llamadas telefónicas que ella no respondía, averiguando entre sus amigos –familia no tenía- que no podían ayudarlo, también ellos le perdieron el rastro; nadie sabía de ella, simplemente se la había tragado la tierra.
 Fue para entonces que Damián no quiso estar en tierra. La oportunidad se presentó y no dudó en subir a bordo del petrolero que le brindaba la oportunidad de viajar sin pagar; en todo caso, cobraba un buen salario más viáticos diarios y en dólares, mucho más de lo que había logrado en tierra firme. Sin Camila y sin esperanzas de una vida mejor, superó el miedo al mar y haciendo uso de su reconocida tolerancia, se adaptó a la tarea de pelar papas, lavar vajillas, limpiar la cocina, picar cebolla y todo aquello que al cocinero se le ocurriera ordenarle. Hombre hosco y poco comunicativo, Nelson estaba a sus anchas cuando preparaba las exquisiteces para la oficialidad dejando a cargo de su ayudante  la elaboración de guisos y minutas para el resto de la dotación de menor categoría.
 El camarote que compartían era pequeño; el mobiliario consistía en dos literas, una mesita de noche y un par de estantes destinados a esos objetos personales que les recordaban que tenían una vida más allá del mar. El de Damián estaba repleto de libros, imprescindibles a la hora de dormir, especialmente cuando Nelson, rendido, se entregaba a los brazos de Morfeo dedicándole  exagerados ronquidos que no tardaban en llegar ni bien apagaba la lamparilla de escaza luz amarilla. Damián tomaba su linterna y leía hasta que el sueño lo vencía.
 No fue el caso esa noche tapada, sin luna ni estrellas. Nelson dormía pero él no lograba conciliar el sueño. Fue hasta la cocina, preparó un té de tilo, dio unas pitadas al cigarro que no consiguió terminar cuando la primera ola embistió el barco arrancándoselo de los labios.
 Se puso el piloto y se encaminó  con pasos bamboleantes hacia la proa. No llovía, no todavía pero el cielo y el viento preanunciaban una pronta tormenta. Apoyado en la baranda, miraba sin ver.
Intentaba encender un cigarrillo cuando la luz lo encegueció. Sobresaltado por la potencia miró al cielo en busca del aparato, un helicóptero tal vez, proveedor de la luz; no provenía del cielo sino del mar mismo. Quedó pasmado ante el espectáculo que se le presentaba. A no más de veinte metros del barco, el agua se abrió dejando un círculo enorme del que emergió una gran burbuja; de allí prorrumpía la irradiación. Su estupor fue mayor al divisar una mujer dentro de ella vestida con una túnica blanca, pelo largo, pies descalzos.
- Camila- un susurro casi inaudible. Sí, era ella, Camila, su chica, su amor perdido meses atrás.
- Esto no está ocurriendo, estoy alucinando, no es real, no es real…
 Aletargado ante la visión trepó a la baranda, se sentó a horcajadas; el  mar lo llamaba, la mujer lo impelía a saltar. Se quitó el piloto, las botas, el jean, todo, absolutamente todo hasta quedar completamente desnudo. No sintió frío cuando su cuerpo golpeó el mar, sólo nadaba, no tenía otro objetivo que llegar hasta la mujer, su mujer.
 Se despertó acostado en una mesa de acero, los brazos y las piernas extendidos en cruz, sujetados por grillas metálicas; su cuerpo reposaba en ella, inmovilizado. No tenía idea de dónde estaba, ni siquiera podía recordar cómo había llegado a esa habitación de gruesas paredes blancas. Junto a la camilla había una pequeña mesa y sobre ella un monitor  con cables que conectaban su cráneo  rasurado a cuatro electrodos, uno frontal, dos parietales y un occipital. Recordaba haber nadado hasta la burbuja y al llegar a ella, se abrió una compuerta, la mujer tomó su mano invitándolo a ascender. Damián había perdido la voluntad, ella controlaba su mente sin pronunciar palabra.  Caminaron por una especie de gruta, él la seguía sin oponer resistencia. Luego… nada, la mente en blanco.
El hombre alto, poco más de dos metros de altura, hizo su ingreso acompañado por otros dos, la misma altura, el mismo ropaje, muy similar a los que usaban los astronautas pero no estaba en la NASA, esos hombres no pertenecían a  raza conocida. Algo había en sus miradas que lo hizo estremecer. Uno de ellos habló con voz cacofónica pero las palabras se oían con claridad, hablaban el mismo idioma. Le explicó que eran originarios de Tetis, uno de los satélites de Saturno; un desperfecto en la nave los hizo caer a las profundidades del mar y nunca más pudieron regresar a su galaxia. Durante los dos siglos que llevaban viviendo interoceánicamente habían reclutado a muchos terrícolas –Damián pensó en  las misteriosas desapariciones del Triángulo de Las Bermudas, en el momento de ser capturado el barco atravesaba la tan conocida y temible zona-.
¿Cuál era el objetivo? ¿Por qué los llevaban? Cada pensamiento del joven podía ser “leído” por ellos. No tardaron en responder. Los terrícolas víctimas de abducción  eran sometidos a un riguroso cambio de ADN, extraían el correspondiente y lo suplantaban por el de los tetuanís buscando preservar la especie antes de que se extinguieran definitivamente. Los hombres más jóvenes eran ancianos incapacitados para la reproducción si bien su aspecto no delataba una edad superior a los cincuenta años pero no, la edad promedio era de ciento veinte años.
 Camila, una de las pocas mujeres abducidas y sometidas al cambio del mapa genético sin fallecer en el experimento, era una tetuaní más. Un estado físico óptimo, la belleza  y su juventud la convertían en la más apta para procrear sólo que faltaba un requisito, la pasión, un sentimiento desconocido por los hombres de Saturno pero que supieron de él a través de la terrícola y que no pudo ser extirpado de la esencia femenina ni con el cambio de ADN. Utilizando técnicas de visualización monitoreadas, consiguieron recrear en la pantalla todos los momentos de su vida, cada situación acontecida durante su existencia quedaba expuesta como si de un film se tratara. Fue entonces que supieron de Damián, su hombre, ese con quien proyectaba unirse y engendrar generaciones venideras. El calor de los cuerpos unidos los tornaba de un rojo intenso, momento en que el macho expulsaba de su miembro un líquido acuoso conteniendo millones de partículas en desenfrenada carrera por alcanzar e introducirse en la semilla que se desprendía de una de las esferas del interior de la hembra para transitar por un tubo cuyo recorrido finalizaba en una cavidad hueca aunque nunca lo habían conseguido ninguno de esos minúsculos cuerpecillos de cola larga. Las experiencias efectuadas con las otras humanas les hizo saber que, de conseguir el objetivo, un nuevo ser se desarrollaría dentro de la cavidad, mas ninguna de ellas había dado vivenciado el amor como para conservar el producto de la unión, simplemente lo expulsaban. Camila “amaba”, ella no lo desecharía, era la esperanza tetuaní pero para eso necesitaban al hombre que moraba en su mente, entonces sí, la conservación de la especie sería posible.
 El proceso al cual se sometería al hombre se realizaba en pocos minutos y no era doloroso. Una droga aplicada a través del torrente sanguíneo lo sumiría en estado hipnótico. Los electrodos transmitirían las señales que indicarían la finalización  de los pasos de eliminación de sus recuerdos como habitante de la Tierra e introducido el nuevo ADN.
Resultó un éxito. Damián, quién en adelante sería Curio, su nuevo nombre, estaba listo para aparearse con Rallena, antes conocida como Camila. Intentaron hacerlo a su modo, confinados en jaulas de cristales adyacentes pero separados por una mampara cristalina a través de la cual se conectarían sin contacto físico. No habría placer ni displacer, sólo consistía en una conexión de energías que lograran su propósito. Sin embargo y luego de varias tentativas, no obtuvieron el resultado esperado, no predominaba el rojo en sus cuerpos, algo no estaba bien. Fue entonces que decidieron reunirlos en una misma cabina con paredes opacas y un lecho confortable, tal como habían observado en el monitoreo efectuado a Camila.
Al hallarse a solas, sin nadie que los vigilara- no sabían que eran observados- dieron rienda suelta a la pasión prodigándose caricias, amándose como la primera vez… Era una extraña sensación, diferente a la experimentada en épocas anteriores, este amor era sublime, algo desconocido y sorprendente, intenso y libre de egoísmos. Tras cuatro sesiones amatorias, el óvulo se desprendió y fue fecundado por un espermatozoide. A partir de entonces se les permitió convivir sin volver a apartarlos nunca más, ella necesitaba cuidados que sólo él podía prodigarle.
A los tres meses, asistida por dos tetuanís, Rallena dio a luz a un pequeño que procuró sus primeros pasos a las dos semanas de haber nacido. Su desarrollo intelectual era superior a cualquiera de los engendros surgidos en experimento. La criatura era producto del amor.
 Los tetuanís estaban a salvo, no sólo habían conseguido el propósito de preservar la especie, también algo nuevo habían adquirido ellos, la capacidad de amar y procrear a través de nuevas sensaciones, agradables, placenteras.  Una nueva civilización se alistaba para volver a Tetis llevando consigo a la nueva familia que, junto a su vástago, serían los promotores de un estado de  evolución superior  nunca antes conocida en todo el universo.

Autora: Myriam Jara 
(Dedicado al amor de Damián y Camila, especiales, espaciales)