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miércoles, 14 de diciembre de 2011

TIBURONCITO Y YO (BASADO EN UN HECHO ESTÚPIDAMENTE REAL)


Ya lo saben, ya me conocen; y si no me conocen, pues deben saber que soy absolutamente distraída o abstraída, depende de qué lado quieran verlo.
La que no vio bien, ese día en que encontré a tiburoncito, fui yo. Caminaba por las gélidas playas, feliz mi alma, irremediable solitaria que me convoca al aislamiento. Nadie en la playa, sólo el rugir de las olas; el viento que me empujaba; la presencia majestuosa de las dunas; el sol brillando en lo alto, y yo, caminando a pasos lentos encandilada por su luz ¡QUÉ BENDICIÓN, NADIE EN LA PLAYA, SÓLO YO!
A la altura del muelle vi a otro ser. No estaba vivo, estaba muerto ¡UN TIBURONCITO BEBÉ! Su cuerpo yacía sobre la arena, cara al sol, sin nada que esperar.
 No quise obviar mi morbo. Quité la cámara de mi bolsillo y me abalancé hacia el tiburoncito, quería plasmarlo para siempre. Plasmada o pasmada quedé yo cuando mi cabeza dio de lleno contra el espigón de cemento del maldito, estúpido, inservible, mal construido y enano muelle ¡Porque hay que ser enano para que yo, con mi metro cincuenta y cinco, y habiéndome agachado, me estampara contra él!
Reconozco que nunca fui buena en matemáticas y los cálculos no eran mi fuerte. Quedó demostrado ¡Sólo tenía que descender dos centímetros!  Pero erré…El espigón me golpeó en la frente con tanta furia que pensé que escupiría todos los dientes, incluso las amígdalas.  
Rebotando como pelota de tenis, fui a dar a la arena, tumbada exactamente en la misma posición que tiburoncito, sólo que él no tenía ni piernas ni brazos para semejarse a Túpac Amaru cuando lo estaquearon; yo sí...y así quedé.
Miré a tiburoncito (él nunca reparó en mí), fue la última visión nítida antes de que el mundo girara a mi alrededor ¡Qué bueno! Por un breve período, fui el centro del sistema solar y la reina ¡de las boludas! (esto último no lo pensé en ese instante)
Miré a todos lados ¡QUÉ MALDICIÓN, NADIE EN LA PLAYA, SÓLO YO! Una última mirada a tiburoncito para cerciorarme de que seguía ahí puesto que yo iba a desmayarme y no había nadie para auxiliarme.
Cerré los ojos. Si iba a morir, que no fuera con los ojos como los de tiburoncito, desorbitados ¡No, eso nunca! Que me llevara el mar cuando subiera la marea, pero que me creyera dormida. Tal vez, conmovido, me escupiera a la orilla y alguien encontrara mi cadáver para darle sacra cremación antes de que me comieran los papás de tiburoncito, porque yo iba a ir a las profundidades con él, y no creo que asumieran que iba a devolverle a su hijito. No, me culparían de su muerte y harían de mí un sabroso almuerzo (creo que era el mediodía, poco recuerdo después de lo sucedido)
 No me desmayé; no subió la marea; no fui a las profundidades; no le saqué la foto a tiburoncito. Le di una patada “¡AL CARAJO VOS Y TUS PADRES!”
Tomé mi cámara y regresé al hotel, tambaleando pero con la dignidad de un unicornio. Sí, no se equivocan ¡MI FRENTE ERA LA DE UN UNICORNIO, ADORNADA CON UN HERMOSO CUERNO QUE SOLEMOS LLAMAR CHICHÓN!

Fin de la estupidez...