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viernes, 22 de julio de 2011

UNA MUJER CON PASADO



Lo discutimos durante mucho tiempo, no sé exactamente cuánto porque desde aquí  no se puede comprender la magnitud de los siglos que allá son días, pero finalmente me dijo que así debía ser, que debía volver, que no se puede dejar cuentas sin saldar, historias inconclusas, hechos sin resolver.  No me gustó la idea pero finalmente, es el jefe, es el que da las órdenes y yo no tenía elección, era eso o permanecer eternamente en duelo.  Entré a ese útero no sin cierto recelo, sabía que no era bienvenida, sí, bienvenida, porque para mal de males me mandó a este mundo con identidad femenina, así lo avalaban  mis células rosas. No lo pasé muy bien en ese primer hogar previo al aterrizaje final. Podía oír las discusiones, el llanto de mi madre, sí, era un llanto constante que no me dejaba dormir; por suerte me alimentaba bien. Y los ruidos, uf, sí que era feo escuchar esos portazos de quien sería mi padre. A medida que yo crecía la casa se iba convirtiendo en una celda cada vez más estrecha,  por eso las pataditas, giros que daba para acomodarme mejor y evitar los calambres. Supe que había llegado el momento de enfrentarme al destino signado por el jefe cuando mi casa principió con las convulsiones que anunciaban mi inminente expusión. El pasaje, de más está decir, no fue el mejor, pugnaba por salir, me quedaba poco o casi nada del oxígeno que me enviaban desde el tubo llamado cordón. Lo primero que vi fue una luz muy fuerte que me cegó, yo estaba acostumbrada a mi penumbra, a la tibieza del líquido que me cobijaba y de repente todo fue un caos; me arrancaron con unas paletas de acero que sujetaban mi pequeño cráneo, eso dolió, luego me envolvieron en un paño blanco, me sumergieron en un recipiente para quitar todo rastro del polvo uterino o algo así. Sentí frío y lloré, eso creo, no sabía si era llanto pero me sonaba como el de mamá los nueve meses que fuimos dos en un cuerpo. Al fin me encontré con ella, me  pusieron sobre su pecho pero yo no abrí los ojos, tenía miedo de encontrar dolor en su mirada. Fue el comienzo de un largo camino por recorrer, con carencias afectivas, soledad recurrente, tropezones y caídas.  El tiempo fue pasando y yo seguía llorando, nada de lo que me brindaba la vida logró darme la paz que el jefe me quitó. Viví una vida de mujer, mujer que construye, mujer que cobija, mujer que ama y no es amada, mujer que a empujones logró conseguir un espacio propio. Hoy, pasado medio siglo de esa vida, sé que me queda mucho por recorrer, ellos me lo anunciaron, pero no voy a llorar más, no voy a ser la víctima de nadie, lo que me quede por vivir será a mi modo. Esa era la deuda que no había saldado. Lo siento, tengo que hacerlo porque ya no quiero volver. No será mi futuro incierto, lo he decidido. No puedo saber cuánto me queda pero de algo estoy segura, puede ser hoy mismo, en este mismo instante, entonces, si me disculpan, los dejo, tengo una misión que cumplir: Ser feliz y eso no puede esperar.

                                  Mayo 2011
Autora: Myriam Jara (Derechos reservados)